“Levantamos el debate para que todo el tribunal se traslade al penal” dijo el presidente… El penal se trataba de Encausados; el debate, para ventilar lo ocurrido el 22 de enero de 1996 en esa vieja cárcel cuando la sobre exigida población se amotinó una vez más; al cabo del cual, tres internos habían muerto y una decena de guardiacárceles y policías resultaron heridos.
En esos pasillos estrechos, sombríos y lúgubres, el entonces fiscal de cámara (Alberto Lozada) quedó retrasado y se impuso imaginarse la trayectoria de varios disparos para lo cual ingresó a una de las celdas; entonces, el miedo se abrió paso: sin advertir la acción del funcionario acusador, un colaborador cerró la puerta dejando al visitante adentro… los golpes desesperados desde adentro de la celda y la cara desencajada del fiscal cuando logró que le abrieran, nunca se le olvidó al cronista presente en el lugar.
A dónde nos lleva este relato?… Sigamos.
Mario Pereyra es un hábil comunicador, cultor de un estilo llano que no sabe de interferencias entre su enorme audiencia y su pesada voz. Se le acaba de escuchar “estamos en la cárcel”… no podemos estar con los hijos, nietos, “el dolor que tengo, la edad que me sigue avanzando, y no me puedo ver con…” Al empresario, poderoso formador de opinión, a quién ningún gobernante deja de escuchar para, tantas veces, actuar en consecuencia, no le sacude la consciencia reflexionar en clave de reclusión. Resulta que la cárcel equivale a este aislamiento profiláctico. La expresión – avalada por el derecho irrevocable de su uso – no puede ser solo un atrevimiento, es claramente una protesta que persigue perforar los esfuerzos de un gobierno que le resulta adverso; Pereyra quiere acabar con la cuarentena porque no sirve a los negocios; y estamos de acuerdo, no le sirve a nadie, para ser exactos. Pero es hasta aquí, lo único que se conoce puede hacer algo para detener una enfermedad insubordinada con los patrones científicos conocidos. El hombre nacido en San Juan hace 75 años aboga por la continuidad de intercambios comerciales, el mercado lo tiene como faro y megáfono, es la voz de sus pares, hombres y mujeres líderes de corporaciones como la suya. No podemos caer en esa emboscada, malinterpretar su intención: el locutor, como le gusta describirse, elude la responsabilidad que le cabe y alienta un armisticio peligroso. La comparación con la cárcel no merece más atención que la dispensada en la introducción de este texto.
Buenos Aires representa el 40 ciento de la población argentina, allí la angustia crece entre quienes no tienen mañana desde hace décadas. Sin techo, trabajo, ni expectativas. Hacinados, excluidos y amenazados por una enfermedad silente. En Córdoba, 300 mil personas se codean con las necesidades más extremas y su propia familia: viven hacinados. ¿Dirían ellos que viven “encarcelados”?…Los privados de su libertad, ¿dirían que su situación se parece a los ciudadanos esperando en sus casas?… Sigamos.
De acuerdo a lo informado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos dos años atrás (advierta el lector, promediaba la administración Macri), el preso «promedio» es argentino, joven, no tiene estudios ni oficio y es pobre: el 94% es de nacionalidad argentina, el 96% es varón, el 60% tiene menos de 34 años, el 69% tiene como máximo la primaria completa, el 42% estaba desocupado cuando fue detenido y el 51% no tiene oficio.
Joven. Pobre. Desocupado. La cárcel como respuesta a un fracaso colectivo de una sociedad desigual hasta el hueso.
Perder la libertad es un hecho inabordable desde la perspectiva de quien goza de ella. Excede en mucho la intención de este artículo explicar su pérdida desde la filosofía o la política misma; el cronista solo pretende aumentar la luz focal sobre dichos que pueden poner en riesgo lo que la sociedad toda está haciendo en favor de la salud pública; porque toda opinión es política es que se debe valorar rigurosamente lo velado de las mismas. Mañana podría ser tarde para esclarecernos al respecto de esas botellas lanzadas al mar.
