El líder anuncia los pasos; dibuja sobre sueños militantes; planta los mojones y construye. La muerte del líder, entonces, cancela brutalmente la dimensión individual. Y, vaya a saber, tal vez sea lo mejor que nos pueda pasar, en medio de crecientes y beligerantes pulsaciones políticas.
En este momento donde la muerte nos recuerda su austera y acechante brevedad, la historia junta los pedazos y, reincidente, nos ofrece una nueva chance. Para pensarnos desde la orfandad. Ahora estamos solos ante la determinación de nuestro destino.
El líder anuncia los pasos; dibuja sobre sueños militantes; planta los mojones y construye. La muerte del líder, entonces, cancela brutalmente la dimensión individual. Y, vaya a saber, tal vez sea lo mejor que nos pueda pasar, en medio de crecientes y beligerantes pulsaciones políticas.
Hace apenas unos días, la violencia sindical volvió del exilio, instalando de nuevo un eje de discusión que parecía vagar absuelto en la memoria de los argentinos: los negocios del menemismo, al amparo de las privatizaciones.
La intemperancia del que quiere la capitulación ajena; el garrote que nada sabe de indulgencias o el grito destemplado para acabar con la disidencia, recoge lo peor de la escena pre-constitucional. De seguro, insuflando aire en los pulmones de una derecha ávida de restauración. Pero nada informa sobre el relieve que debe adquirir una nación emergente, ni el modo de lograrlo. Se sabe a qué árbol se le ladra…se pretende que sigamos ignorando quienes se esconden en su espesura. Hablar de si fue Kirchner el mejor presidente de los peronistas, o el mejor presidente de los presidentes, suprime la necesidad de la memoria crítica que necesita, imperativamente, elevarse sobre la banalidad de la efemérides.
Antes que pensar en Néstor Kirchner como el hombre providencial que restituyó la autonomía internacional; clausuró el olvido institucional sobre la masacre perpetrada en los setenta; o puso de pié una economía exhausta. Preferimos suponer que fue un hombre provisional, y que desde esa temporalidad revalidó la política como generación y control de hechos económicos. Tal vez forzando una interpretación apologética, se podrá decir que superó en aciertos al padre del movimiento. Pero la realidad no admite semejante desmesura. Perón dio vueltas patas para arriba un sistema de relaciones económicas, sociales y políticas; condujo el desarrollo nacional y quebró la parcialidad en el terreno de los conflictos sectoriales.
Las analogías se trazan sobre tierra firme; hoy, sus convulsiones estremecen al más prescindente observador.
Sin este hombre que se bebió la vida de un trago, ya no habrá una sola voz que señale el camino, para corregir, tanto como profundizar lo que su gobierno hizo inocultablemente bien. Lo mucho que no anhelaron, ni supieron, ni pudieron hacer él ni Cristina Fernández, será justamente obligación de una dirigencia que apoye la espalda en la decencia intelectual, ideológica y ejecutora de sus miembros. Aunque la armonía se trabaje ensayo por ensayo. Porque un Poder Político que sigue siendo territorial, otorga demasiadas ventajas a mercados cada vez más globalizados, volátiles y virtuales.
Según la original mirada sociológica de muchos pensadores contemporáneos, cuando se habla del mal estado de los asuntos públicos, la insatisfacción y la ausencia de alternativas, “no es porque falten ideas sino que lo que está ausente es agencias que puedan ponerlas en práctica”. Con Néstor Kirchner desaparece el hombre circunstancial que acabó con el credo liberal, pero mantuvo inalterables muchas de sus prácticas. Si el Estado es una construcción política y la Nación es hija de la cultura, el nuevo orden político que asomará, deberá tener en cuenta la urgencia de una síntesis. Con resoluciones de mayoría o por consenso. Pero despojando a la violencia de su más preciado alimento, el silencio cómplice. Ignacio Ramonet observa que “la palabra es una lucha constante por el reconocimiento del otro, contra los autoritarismos que pretenden anularlo”. Despojando a la violencia de silencio cómplice se la deja sin cimientos. Vacilante. Hueca de voluntad.
Empezar a crear la realidad, no representarla a gusto de los gobernantes, es la fatigosa tarea que nos espera en conjunto. Mientras tanto, la perplejidad ante tan temprana desaparición, nos reconcilia con el respeto extraviado en los pliegues de un afán revanchista siempre insensato.
