Otra vez la esperanza

El odio enmascara un litigio mucho más importante y legítimo, el de la acumulación política para ocupar el poder y distribuir las tensiones según qué tarea cumpla cada quién en la producción de riqueza.

Apretamos los puños y esperamos. Exprimimos del mejor modo nuestras ideas y esperamos. Enjugamos lágrimas de derrota y tristeza, y esperamos. Esperamos este momento como el sediento un oasis, el moribundo un elixir mágico, la víctima su momento de justicia. El pueblo en sombría larga hora se asoma a un rayo de sol, se terminó la política desde y para los sectores del privilegio proverbial, los negocios del estado para enriquecer bolsillos privados y hacerle pagar a los nadie el costo de una fiesta a la que nunca son invitados.
La larga tragedia social que deja el macrismo es obra de factores que concurrieron infelizmente. Quizás no sea todavía tiempo de enunciarlos, pero eludir el examen también formó parte del cóctel explosivo que puso a los dueños del país al mando de sus mecanismos de dirección.

Uno solo de esos factores es causa y efecto de los muchos desencuentros que fogonearon la aparición y ascenso al poder de Mauricio Macri, el odio. A ese odio cruzado llamó a combatir hoy el presidente Fernández: “Que el odio no nos colonice”, “quiero unir la mesa familiar”… y ahí nomás hizo mención, como correspondía, a que la disputa política es central para dirimir la renta y su reparto. El odio enmascara un litigio mucho más importante y legítimo, el de la acumulación política para ocupar el poder y distribuir las tensiones según qué tarea cumpla cada quién en la producción de riqueza. La política es, en opinión del nuevo presidente, clave para encauzar los destinos de una nación que se ahoga en intereses tan espurios como lesivos. Por ello adquiere gravitación la acción de intervenir el órgano de inteligencia , la AFI, desde la que desde tiempos que trascienden al propio Cambiemos se encendieron y encumbraron acciones contra políticos opositores. Máxima destreza para ejecutar un plan de desestabilización popular.

Comenzando por los últimos para llegar a todos dijo el abogado porteño, y fue reparador, auspicioso, felíz. Porque se amontonan los desposeídos, aquellos que tienen hambre y sed de ser parte del conjunto, tanto como sed y hambre de leche y pan.
Somos hijos de los desencuentros, nuestro derrotero fue fertilizado con vidas disidentes. Así se eleva densa la palabra del flamante jefe de estado cuando propone la unidad de un pueblo que odia antes de saber las razones de su odio.
Buen comienzo, señor Presidente, para comenzar a pensar en las enormes dificultades por delante, pero además, en los muchos recursos disponibles al momento de la acción política.

Es tiempo de euforia, luchamos para que se disuelva la máquina de triturar compatriotas, aquella que supo ajustar como nadie se atrevió a hacerlo, desde los escritorios, sin tanques en la calle, ni mazmorras intramuros. Pero razonemos sobre una célebre frase de quién fuera tres veces presidente constitucional: “No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”… La suficiencia arrogante, al borde de tan afilado peligro, aún podría derogar nuestras débiles chances de reverdecer.

 

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