Fragilidad…Tierras tomadas Juárez Celman

Es legal, no es legal la toma de tierras…a este cronista se le ocurre que cuando se asiste al sufrimiento en primera persona las leyes del hombre trocan en una parodia. “La ley no fue traída al mundo sino para limitar la libertad natural de los hombres individuales”, clarificaba Hobbes en el tiempo que le asignó la historia; “de modo que no pudieran dañarse (…) y mantenerse unidos contra un enemigo común”. ¿Cuál sería hoy nuestro enemigo común? ¿No es el hambre y la falta de techo? ¿Acaso se trata de otra cosa que no sea la salud de los ñiños, las heridas que les provoca la miseria?…

Daniel tiene en la suya la mano de su mujer; la siente como el que se aferra a un madero tras el naufragio. El calor es opresivo esa mañana. Habla pausadamente, intentando informar, no convencer. Es apenas un pibe de 27 años, igual que su compañera. Bonita, Romina. Cuando se le nubla la mirada pensando en el intenso drama de vivir pisando urgencias, sus ojos se vuelven transparentes…Padres de dos niños – Mauricio y Mateo, 5 y 4 años – ocupan un pedacito de tierra en la toma al sur de la localidad de Juarez Celman.
“Estuve unos años atrás en Jujuy, buscando lejos el trabajo que aquí no había. Me fue mal…vendíamos en la calle, pero no alcanzaba para mi primo y para mí. Me tuve que volver y empezar de nuevo; ¡peor!” aclara “porque había regalado lo poco que tenía convencido de cambiar mi suerte allá”
Su papà le enseñò algo de herrería, oficio que parece languidecer entre tanta modernidad; sin embargo, a Daniel no lo llevó más lejos que unas cuántas hambrunas con buen final. Y de vuelta al pago, la nada otra vez. Con orgullo dice que aún desesperado nunca pensò en salir a robar. No tiene ningún conflicto con la ley, informa. No tenía. Ahora está imputado como todos los habitantes de la ocupación. “Trabajè de albañil, pero no pagan nada. Bueno, pagaban, porque ya ni siquiera eso hay en esta zona (al norte de la Capital). Es muy duro todo esto. Cuando saliò lo de la toma, le dije a mi esposa: gorda, no tenemos nada que perder. No tenemos trabajo, casa, nada. Hemos estado dìas enteros sin comer. Nada de nada. En una de esas veces, mi suegra se llevò a los niños, y nosotros no comimos nada en 48 horas. Yo apenas hacía unas changas en un reparto de leña. Mi patrón vino un dìa de esos y me dijo: Daniel, ¿no te ofendès?…y me puso un billete de 100 pesos en la mano” Sonrìe evocando esa leves horas de felicidad, y vuelve: “salimos a comprar de todo para un guiso, y nos pusimos así (abre los brazos como los límites de esa panza gozosa e irrepetible).

Ahì, al suroeste de Estaciòn Juárez Celman, 560 familias viven como nuestros indios a comienzos del siglo XIX. No, peor. Porque su marco, el momento histórico que viven no es (no debería ser) el de la tolderìa. Aquí, ahora, el plàstico y los cartones sustituyen al cuero de animal; una canilla a más de doscientos metros, el curso del río; la nada para llevarse al estómago, la provisión generosa de la misma naturaleza: animales, frutos…Daniel – este joven estragado por la miseria – hablaba para que lo escucháramos, no vendiendo una entrevista como hacen tantos, tal vez sin darse cuenta. Y lo hacía sin odios, sin incubar venganza, sin apuntar a nadie por la profunda desdicha de sus días.
Es legal, no es legal la toma de tierras…a este cronista se le ocurre que cuando se asiste al sufrimiento en primera persona las leyes del hombre trocan en una parodia. “La ley no fue traída al mundo sino para limitar la libertad natural de los hombres individuales”, clarificaba Hobbes en el tiempo que le asignó la historia; “de modo que no pudieran dañarse (…) y mantenerse unidos contra un enemigo común”. ¿Cuál sería hoy nuestro enemigo común? ¿No es el hambre y la falta de techo? ¿Acaso se trata de otra cosa que no sea la salud de los ñiños, las heridas que les provoca la miseria?…”La política me la paso por los huevos (sic)” fue la única respuesta que escucharon los ocupas de boca del ex intendente Prunotto, padre de la actual jefa comunal (Miriam), cuando le pidieron sus “buenos oficios”. Necesitan una canilla, cuando la temperatura mete miedo. Nada. A los usurpadores, nada. Para que aprendan a no meterse con la propiedad privada. El capitalismo, para el que estos seres humanos son un obstáculo, no se rinde ante tan poca cosa.
Fácil es, desde la comodidad del living de nuestras casas, decir qué es y qué no es “legal”. La tierra que levanta el viento, el frío extremo, el calor que desmaya, la falta de agua, comida y futuro, no son datos que lea la clase media, la que pudo asistir a la universidad, que celebra cumpleaños con desbordes gastronómicos, con el presente que otros seguramente les designaron. Abogados hijos de abogados, dentistas de dentistas, ferreteros cuyos papás, a lo sumo, vendían otra cosa…esos. ”Tienen que respetar la ley”, braman los buenos vecinos a coro. La ley. El “Leviatàn”. Un artefacto que detona siempre sobre las mismas cabezas.
¿Alguien los ayuda?, preguntamos, ante la desolada visión que revienta en nuestros ojos esa jornada. Sì, responde Daniel, casi con entusiasmo, nos ayuda la gente de el movimiento Evita y los de La Bisagra (agrupaciones políticas kirchneristas). Menos mal, pensamos, la tarea debe ser colosal. Por lo menos no están solos. A esa altura del diálogo la cabeza suplica por una respuesta que alivie…

«En harapos vienen los hombres. Los ojos de esos hombres, encendidos de redención. Algunos ven en ellos el fuego revolucionario. Revolución que espera ávida de hijos nuevos. La propiedad privada, piensan los harapientos, miente designios de prosperidad y es la abolición, su única esperanza… Pero por ellos, van de nuevo, ahora sí jurando su final, las tropas de La República, sedientas de sangre sublevada. Cuando la matanza culmine y se hayan ido los soldados, habrá sido el fin de esa favela germinal y épica… La Guerra de Canudos, dirimida en el tramo final del siglo XIX, es leyenda y parte de la mejor literatura de Mario Vargas Llosa. Sin embargo, vuelve replicada en cada desesperado que salta sobre un pedazo de tierra gritando su existencia malherida. Ahora asusta a muchos – que no se asustaron antes, cuando la destrucción del tejido social se perpetraba impune y sin obstáculos- el proceso de favelización…»

El párrafo precedente fue el epílogo de un artículo que publiqué varios años atrás. Daniel y Romina, lo ignoran, pero al asomarme a su vida, esos pocos robados minutos el último viernes, sentí que la lucha por el sueño fecundo ni siquiera habìa comenzado. O que nunca podrìamos con tanta orfandad. Algùn día, dice Romina, llevándose con sus pequeños dedos unas làgrimas que corrìan mejilla abajo, nuestros hijos sabrán que luchábamos para que ellos tuvieran una casa. “Por eso estamos acá”, termina. Ojalà cuando cierren los ojos en estas noches infernales, habiten otra cosa que no sea la fragilidad. Hasta que la Política acuda en su ayuda, desairando el único modo en que hoy el Estado encauza estas desdichas: la ley penal y la represión.

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