La mentira como espinel

Después de 40 años, en que pasaron éste Menem, aquel De la Rúa, tantos gobernadores e intendentes como surgidos del pozo más infecto, podríamos plantearnos pasar a otra etapa evolutiva en el esquema delegativo imperante. Someter a los candidatos a que pongan la cara ante el pueblo (no la masa crítica de adeptos que arropa y elude la sinceridad) en clubes, asambleas de vecinos, estadios de básquet, campo abierto como con tanta oferta musical de prepandemia

Desde el retorno democrático personajes de la más variada talla ocuparon altos cargos en la administración central de nuestro país, gente preparada, con la musculatura desarrollada en años de sudar en las bases, o aún sin contacto basal pero con aquilatada experiencia política en los pasillos del poder. Sin embargo parece ser que los otros – los peores representantes de una clase política – ganasen siempre la partida a la hora del exámen colectivo. Hoy nos ocupamos de uno que fue presidente por el voto popular, electo no una sino muchas veces, y casi unánimemente en términos lapidarios. Entonces, quizás sea hora de repasar nuestra responsabilidad a la hora de escrutar la oferta electoral, en cada turno electivo, y más tarde, en el control efectivo de sus gestiones.  Después de 40 años, en que pasaron éste Menem, aquel De la Rúa, tantos gobernadores e intendentes como surgidos del pozo más infecto, podríamos plantearnos pasar a otra etapa evolutiva en el esquema delegativo imperante. Someter a los candidatos a que pongan la cara ante el pueblo (no la masa crítica de adeptos que arropa y elude la sinceridad) en clubes, asambleas de vecinos, estadios de básquet, campo abierto como con tanta oferta musical de prepandemia. La virtualidad es un instrumento valioso pero susceptible de ser perforado por la habilidad de “sicarios digitales”… Es un pensamiento en voz alta, tanta tradición de derrotas colectivas, con algunos aciertos diluídos en el tiempo voraz de este principio de siglo, le sugieren al cronista una vuelta de tuerca que no sea de 360 grados, para volver al mismo lugar de siempre, se entiende. Al solo efecto de crearnos una imagen propositiva, a contrapelo de cualquier impulso anti político, veamos el fondo de la historia y no en Argentina sino en Alemania (¡¿pero, es que no son siempre los ejemplos a seguir!?…no, una vez más, no), no actual sino en el siglo XIX. Max Weber: “La devoción al carisma del profeta, o al líder guerrero, o bien al gran demagogo en la asamblea o en el parlamento, significa que se reconoce personalmente al líder como conductor de hombres por un ´llamado’ interior. Los hombres no lo obedecen en virtud de la tradición o de lo estatuído, sino porque creen en él”…Esa es la diferencia clave entre la política y el derecho, lo que trastorna todos nuestros presupuestos: ante el juez, el hombre /mujer en conflicto con la ley penal, puede mentir porque su futuro está amenazado, sin embargo, le pedimos que sea sincero y confiese. Al político, obligado a decir la verdad, le toleramos que mienta porque la verdad es lacerante, insoportable la más de las veces (“Si les decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie” M.M) Ya ven, no es un fenómeno de latinoamericanos fatigados en luchas intestinas por alcanzar el poder para sacarle rédito; lo que pasa es que tampoco estamos dispuestos a considerar que, nosotros, los hombres y mujeres del llano, tal vez no seamos todo lo virtuosos que le hacemos creer al vendedor de seguros de vida, o al que nos examina para ese crédito bancario que tanto necesitamos.

Estas palabras sueltas no acuden en auxilio de ningún infame canalla deudor de mayorías, simplemente indaga en las posibilidades prácticas de dejar de lamentarnos por la leche derramada, las cosechas mustias, el llanto amargo del hambre ajeno. No importan los gobernantes, importa el pueblo. Unos pasan, el otro es perdurable, como nuestra capacidad para salir del fondo del pozo una y otra vez…

 

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