La otra Madre…

Crimen de Blas Correas
El estremecedor momento en que  su mamá pide permiso para girar y darle la espalda al tribunal, conforme lo establece el proceso. En segundos, la estragada, estoica y decidida mujer que es Soledad Laciar queda de frente a los acusados de asesinar a su hijo de dos disparos, a la edad de 17 años.
Además de lo que se escucha en el corto video, les dice:
«Ustedes también son víctimas de un sistema perverso que les enseñó a matar y mentir»
A ustedes, «ya los olvidó la policía, ya los olvidó el gobierno, ya los echaron cuando aún (antes de la sentencia judicial) son inocentes; digan la verdad, ya está; dígan la verdad».
Y cuando exhibe a la sala de la Cámara 8° del Crimen, en un silencio de estruendo…las fotos de las hermanitas de Valentino Blas en el cementerio, «yo así veo a mi hijo ahora», desde el crimen que acabó con su vida.
Además, en un gesto de notable ubicuidad y sensatez cívica: «El fallo no tiene que ser otra cosa que Justo»; a contramano de quienes piensan que los fallos tienen que ser duros, rigurosos o excesivos.
Soledad Laciar aún tuvo temple para pedir que el gobierno disponga un memorial en honor de todas las víctimas de la violencia institucional, y que lo erija en algún edificio de la propia policia…
A la hora exacta en que le tocaba el turno de hablar a Soledad – palabra tan esperada como el propio fallo -, el gobierno dispuso un acto oficial para entregar equipamiento policial, con la presencia del ministro del área. Si el cronista no supiera que se trata de un recurso politico siempre a mano – distraer la atención del pueblo, en momentos electorales preparatorios-, escamotearla espacio periodístico a la mujer que denuncia una y otra vez la Violencia Institucional, podría proponer una lectura de inoportunidad sin mala intención…

Poniendo negro sobre blanco

El “negro” encabeza la fila hacia la mesa donde lo esperamos para celebrar su conquista. Detrás viene su familia, en calma, apretando en el pecho el orgullo por el graduado, pero sin gestos que delaten lo que probablemente sientan: con Emiliano, ellos también sacaron un poco la cabeza del barro…“Todo pasó muy rápido”, me dice, cuando apuro el paso para abrazarlo, esa tardecita triunfal.
Cada crisis social tiene efectos prematuros que todo el mundo advierte, y sufre, pero hay consecuencias que solo emergen con crudeza cuando los damnificados se hacen visibles, es el momento de la institucionalización, de la escolaridad. Los niños nacidos en profundas crisis económico-sociales no tendrán lo que los especialistas denominan 100 días claves, cuando los nutrientes esenciales son impostergables; más tarde, en la escuela, se pagará caro esa ausencia. El mal desempeño es hijo de esta carencia. Como fruto envenenado de esa desdichada siembra, será el trabajo de mala calidad y peor pago la continuidad de tan amargo proceso.
«Tengo q terminar el secundario para poder progresar, tengo q sacar a mi mamá y mi hermana de ahí»…
Infraestructura escolar deficitaria. Oferta educativa estresada. Horas de clases reducidas por factores múltiples. Abandono escolar. Aprendizajes de mala calidad, todos estos “problemas afectan en mayor medida a las niñas y los niños que residen en los hogares más pobres. La falta de oferta pública dificulta la inclusión de los niños de hogares de bajos ingresos en el nivel inicial. Las niñas y los niños socialmente vulnerables tienen una probabilidad más alta de repetir algún año o ingresar tarde en el sistema, lo cual está asociado con la obtención de peores resultados en los operativos de evaluación” El Informe UNICEF de algunos años atrás despeja toda duda al respecto del impacto de la pobreza en la escolarización.
Si a la ausencia de alimento vital se le suma un espacio inhabitable, la escolaridad se vuelve una quimera…
Afortunadamente, el destino no está escrito, ”sé que tengo que hacer las cosas bien”, dirá el Emi.
Emiliano Agustín Altamirano, el “negro”, tiene 17 años; vive casi desde que nació en una de los asentamientos más hostiles de la ciudad, “Los Eucaliptos”, barrio José Ignacio Díaz 1° Sección, donde la droga y la violencia tejen el paisaje cotidiano: Un hermano suyo cumple condena en un penal lejano, “cada uno toma sus decisiones y hay que hacerse cargo”, dice el Emi, como si hubiera vivido mil años. Al padre, su madre lo echó de la casa por maltratarla, un gesto corajudo que la caracteriza. Patricia, esa madre, hizo esfuerzos encomiables para sostener a la familia en medio de la nada, o menos.
Emiliano trabaja limpiando vidrios en la calle – donde el bulevar San Juan se encuentra con Balcarce – desde muy temprana edad. Llueve, él ahí, aferrado a su herramienta como quien lucha contra un imperio. Frío, él ahí, porque algo hay que llevar a la mesa deshabitada de cada día. La cana, bueno, un escollo más, que el negro elude con astucia y corrección. No entra en ese juego que propone el par de estúpidos que nunca faltan, esos que el sistema usa para organizar su escala de valores. Policías con intenciones de rendir a los pibes que resisten como pueden el legado antiguo que recibieron: un montón de ausencias, dolor antiguo y persistente.
Con todo el peso de ese drama social, Emiliano Agustín cursó su escuela secundaria. Y lo hizo sin trastabillar, en ninguna etapa, no se quedó una sola vez de año. Hace horas recibió su diploma luego de cursar el último año promocionando todas las materias. Con ese diploma cobija un puñado de anhelos, expectativas con las que amanece y clausura sus días de adolescente, “yo estoy orgulloso de lo que logré y de la persona que soy”, suelta como al pasar, sin imposturas, midiendo correctamente la estatura de lo alcanzado.
Alguna vez escuché al protagonista de una historia llevada al cine, abogado él, “salvemos el mundo, un caso a la vez”… certeza bellamente postulada: no podremos con todos a la vez, no pudimos ni con algunos, la cifra de pobreza infantil nos apuñala por la espalda a los argentinos. Es aquí donde se levanta como barricada la épica de Emiliano Agustín Altamirano, aquel que desoye los malos augurios, mandatos ponzoñosos, y se decide a vender muy caro su porvenir.
Mañana será educador, sugiere como al pasar, y nadie podría ser mejor para acometer la tarea de señalar el camino de la superación, esa luz lo acaricia suavemente, y él, por ahora, se deja ir, hasta que un nuevo reto le proponga disputar la vida, palmo a palmo, metro a metro, como siempre fue, como siempre será.
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Luna Crystal, Roberto Luduena y 4 personas más
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Control de la protesta, el palo antes que la oreja

“Dos presupuestos deben darse para justificar el control de la protesta. Primero, una injusticia de cualquier carácter que pueda ser reparada, que encuentre alivio. Después, un dispositivo político que atienda la demanda, la organice y ofrezca la respuesta”, apunta el doctor en Derecho. Es claro que los dos presupuestos desaparecieron del radar colectivo, hace demasiado tiempo. Sigue leyendo

La muerte de Lautaro Oliva, o un sistema que agoniza

¿Qué nos duele de la muerte absurda de un niño? Debería preguntar primero si nos duele, pero asumo que luego de ver el estrago en La Tablita, eso pasa, nos sacude y duele. Sí, hablo de este niño, el que no pudo escapar al fuego de su casita hecha de ausencias; el pibe de solo 16 años; aquel al que llamar adolescente no alivia ni un instante nuestra responsabilidad, en tanto somos una sociedad cruel y desdeñosa con las víctimas. Laudatoria con los poderosos que pergeñan, alimentan y se valen de este estado de situación vergonzoso para cualquier democracia. Esos, todo ellos, huelen bien desde la cuna. Sociedad moderada con los reclamos de sus muchas angustias, al solo propósito de no caer en el mismo plano simbólico de aquellos a quienes ven como sofocando sus derechos: a circular, vender, comprar, consumir, divertirse, moverse cómodos en un territorio hoy atestado de pobres; sembrado de limpiavidrios como Lautaro Oliva…nada, ninguna actividad que los millones de Lautaros en Argentina puedan hacer ni podrán, en tanto son la parición legítima del último fracaso de la democracia (antes de éste que evoluciona ante nuestros ojos) ocurrido cuando amanecía el siglo XX.
¿Aguanta una democracia con una pobreza de escándalo? ¿Cuánto tiempo? ¿Qué pasaría si las «orgas» para- estatales no sofocaran como lo hacen la rebeldía de madres que no pueden aliviar el llanto del hambre sin esa ayuda alimentaria hoy insumo clave de la querella intra gubernamental? (¿O CFK no es parte del gobierno? ¿Cuándo se fue del cargo al que llegó electa en la misma fórmula del AF que impuso en soledad?)
En el marco de este estrago social, la política institucional – la que se instruye en el diseño que ordena la Constitución Nacional – se empeña en adecuar sus instrumentos para seguir ocupando cargos sin arreglo a otros planes que no sean sus conchabos. Discuten sobre la boleta única; que sí, qué no, como si de ello dependiera la bonanza de un pueblo, sus mejores perspectivas. O en una Córdoba, con peor situación en estas variables de pesadilla, ocupada la representación parlamentaria en darle a los intendentes más tiempo en sus ya largos tiempos de gestión. Y los de a pie haciendo esfuerzos sobrehumanos para alcanzar una canasta básica de alimentos que escapa al tranco de un velocista de élite.
El desarraigo de los principios republicanos es tal a estas alturas (40 años después del imperio de la leyes), que el fastidio colectivo solo encuentra alivio en la violencia horizontal. No la que busca impugnar modelos de sometimiento. Sino la violencia física contra el otro; con algún consenso se dice que es el control social que opera en forma superficial; cuando clandestinamente, a espaldas del pueblo, se tejen todos los negocios perdurables del enclave político-corporativo.
Lautaro limpiaba vidrios. No iba a la escuela. Se debían haber perdido sus anhelos de juventud en esos pliegues y repliegues de la miseria más abyecta. Su vida abrasada por el fuego de la minusvalía.
El cronista no conocía a Lautaro Oliva; sí a tantos como él. Estas desmayadas palabras van en su memoria; hasta que seamos capaces de ponerle freno a tanto víctima perdurable buscando en frentes colectivos una respuesta a la altura de las exigencias presentes; no dejando en manos de la representación formal que aún opera con injusto “prestigio” en el imaginario de los inadvertidos.
Se le pide a los nadie que tengan control de su conducta, que se porten bien y no le hagan daño a nadie (o sea, no devuelvan el daño que a ellos se les hace todo el tiempo; que eso no vale).
Una vez más clausuro con ayuda: “Pobres no son solo aquellas víctimas de una u otra forma de una mala distribución de los ingresos y la riqueza, sino también aquellos que sus recursos materiales e inmateriales no les permiten cumplir las demandas y hábitos sociales que, como ciudadanos, se les exige” *. ¿Alguien imagina que Lautaro se haya sentido simiente, principio, huesito de ciudadano?…
* Eduardo Bustelo, «Pobreza moral»
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Graciela Ayame, Eva Solian y 4 personas más
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