Somos un país dependiente. Que se retuerce sobre sus propios despojos cada cierto corto tiempo; no logramos ni con ocho años de crecimiento cavar los cimientos del desarrollo. Hoy un breve pero intenso sector de la sociedad plantea entrar en batalla con quienes producen y distribuyen las vacunas contra esta peste cruel del coronavirus. Si refriego un poco mejor mis ideas, no le confiero ni siquiera esa vocación. Apenas tocan timbres virtuales al azar y corren a buscar más incautos. Sigue leyendo
Democracia, o la esperanza malversada
La multitud cruje bajo el peso de tanta expectativa. Años de crueldad extrema, donde la vida humana se extraviara en la demencia criminal de civiles y militares, empeñados en ejercer con fidelidad suprema la tarea del sometimiento a un pueblo pendenciero y de espíritu libre, quedan atrás; cerquita en el tiempo, pero lo suficientemente atrás como para comenzar a pensar en una nación con todos sus hijos dentro. Es el 10 de diciembre de 1983, vuelven los civiles electos a administrar el destino de los argentinos. El sol calienta otra vez. La sangre derramada subraya el epitafio de la honda tragedia que asoló Argentina.
30 mil desaparecidos. Industria nacional derogada. Cárceles clandestinas que agravian para siempre la condición humana. 600 argentinos muertos en una guerra absurda. Economía sometida. 45 millones de dólares de deuda externa. Al final de 1975 cada argentino “debía” al exterior 320 dólares; al acabar la dictadura, esa cifra se ha estirado a los 1500 dólares. Un pueblo sofocado de violencia estatal y apremios económicos, abre la boca para que el aire puro de la democracia alcance hasta el último rincón de sus pulmones.
De la ilusión al desencanto
«Los sirvientes volverán a la cocina»…
El final para tantos, el principio de todo
“¿Qué tenés que hacer, estás ocupado?”, me preguntó mi amigo, camarógrafo de Crónica TV, parado en la puerta de mi casa; el auto de Gabriel Zamboni (hoy en los SRT) estaba encendido en la calle, como buscando mi veloz definición. Claro, no había tiempo. Había que volar hacia la ciudad que había comenzado a volar. Yo estaba tan ocupado como podía estarlo alguien que acaba de ser despedido de un laburo incómodo… Me subí al auto, sin imaginar que comenzaba para mí el ejercicio de un oficio que no dejaría nunca más: explotaba Río Tercero aquel 3 de noviembre de 1995. Con el “pela” tuvimos un par de aciertos, menos por competencias (yo carecía por completo de ellas) que por azar: nos encontró en una calle deshabitada el tipo más buscado en esa hora (ni recuerdo por qué), el Jefe de Policía de Córdoba; caminaba solo, se paró y habló. Digo “nos encontró”, porque con Gabriel estábamos en una pausa; la del pescador, hasta que la línea se moviera de nuevo, a ver que sacábamos que sirviera como material periodístico.
Evoca Gabriel: “En ese momento no considerábamos el riesgo que significaba meternos en ese lugar, porque el incendio seguía provocando explosiones y caían esquirlas por todos lados. Encima, al lado de la Fábrica Militar estaba la planta química de Atanor y, varios días después, nos enteramos que habían caído esquirlas arriba de los tanques de químicos y que so podría haber producido una nube tóxica que nos habría matado a todos los que estábamos ahí. Parecía una situación de guerra. Y cuenta mi compañero de esa misión enloquecida, que lo que más le llamó la atención fue el éxodo, personas caminando como zombis a ambos lados de la ruta por donde nosotros ingresábamos a esa pesadilla; intentaban ponerse a salvo, pero sin decir una sola palabra.
Apenas un rato después, mis compañeros, los periodistas profesionales, no improvisados como el autor, escucharían del presidente Menem, sin aportar ninguna prueba: “Ustedes tiene la obligación de informar que fue un accidente”… Con el tiempo, la historia dirá todo lo contrario.
En esa ciudad sembrada de muerte, se detuvo la incertidumbre de mi propia vida. Ese leer tanto sin encontrar cauce a una pasión tempestuosa y desordenada. Desde entonces, me abracé a la palabra y el relato con el fervor del que sabe que su cometido es estéril, pero inagotable, adictivo y habitado casi siempre por una frustración que cobra vigor con cada cosa que debemos callar, por falta de pruebas….
A 26 años del criminal atentado contra el pueblo de Río Tercero, mi reconocimiento a los y las periodistas que cubrieron la voladura de la Fábrica Militar. Y el respeto reverencial a las víctimas fatales y las familias, cuyas vidas cambiaron para siempre luego de aquellas jornadas imborrables en la memoria colectiva.
PASO: atascados en las vías y con el tren a toda velocidad
El que perdió tiene que hacerse cargo, no tiene densidad ninguna adjudicar la “culpa” indivisiblemente a los “medios hegemónicos”; hacerlo sin más equivale a tratar de estúpidos, al modo Páez a los porteños de hace una década (el músico había dicho que “le daban asco”, luego del triunfo de Macri).
