Democracia, o la esperanza malversada

La multitud cruje bajo el peso de tanta expectativa. Años de crueldad extrema, donde la vida humana se extraviara en la demencia criminal de civiles y militares, empeñados en ejercer con fidelidad suprema la tarea del sometimiento a un pueblo pendenciero y de espíritu libre, quedan atrás; cerquita en el tiempo, pero lo suficientemente atrás como para comenzar a pensar en una nación con todos sus hijos dentro. Es el 10 de diciembre de 1983, vuelven los civiles electos a administrar el destino de los argentinos. El sol calienta otra vez. La sangre derramada subraya el epitafio de la honda tragedia que asoló Argentina.

30 mil desaparecidos. Industria nacional derogada. Cárceles clandestinas que agravian para siempre la condición humana. 600 argentinos muertos en una guerra absurda. Economía sometida. 45 millones de dólares de deuda externa. Al final de 1975 cada argentino “debía” al exterior 320 dólares; al acabar la dictadura, esa cifra se ha estirado a los 1500 dólares. Un pueblo sofocado de violencia estatal y apremios económicos, abre la boca para que el aire puro de la democracia alcance hasta el último rincón de sus pulmones.

De la ilusión al desencanto

Con la democracia no se come por la sola praxis electoral. Esa demanda seguirá latente si no se encuentran los dispositivos políticos que permitan el realineamiento del destino anhelado por las mayorías, con un modelo de desarrollo inclusivo y de largo aliento. Hasta aquí y luego de casi 40 años el fracaso signa ese propósito.

Aún con la defección de las gestiones progresistas, sus claroscuros, sus actos de gestión bajo reglas precisas del universo corporativo, sus contramarchas, no fue sino bajo el imperativo neoliberal que se consagraron las peores desventuras; por lo cual, esta derecha pétrea, temperamental y sin escrúpulos sociales que hoy se apresta para volver a gestionar los negocios del Estado Argentino, lejos está de ser respuesta; la historia ofrece toda clase de datos en contrario.

Refiere Ezequiel Adamovsky que una buena medida de las cosas, a la hora de identificar los males y sus fuentes, es “editar”, en línea de tiempo, sustrayendo los momentos donde se llevaron adelante programas económicos ortodoxos o heterodoxos. Así, dirá en “Historia de la Argentina, biografía de un país”: “En el conteo general del tiempo que rigieron, las ortodoxas fueron las dominantes. De los 63 años analizados, 32 fueron de ese tipo y 26 de políticas heterodoxas”, y una observación que obstruye cualquier intento de desmarque en términos de partido político (o alianza): “En democracia, tanto peronistas como radicales aplicaron políticas de uno u otro signo en algún momento (incluso en el transcurso de un mismo gobierno). Sin importar el signo del partido que las haya adoptado, el cotejo estadístico de la relación entre las orientaciones de las políticas y sus resultados muestra que las ortodoxas estuvieron asociadas a una disminución de los salarios reales y a un menor crecimiento económico”.

En esta profunda quebrada estamos de nuevo parados, sin cuerda a la que asirnos ni terreno mullido esperando abajo…

Hoy es un día para saludar la obstinada afectación del pueblo por la vida republicana, aún cuando las instituciones de la República sean un amasijo de cargos muy bien rentados y flojísimo de respuestas. La democracia es un territorio siempre en disputa, donde se juegan los intereses de sectores en histórica pugna; bajo su imperio, hacer felíces transversalmente a todos/as es no es otra cosa que una estulticia mal disimulada. Saludar, sí, pero más que nunca hay que hacer el esfuerzo de interpretar el momento histórico que se desarrolla ante nuestros impávidos ojos. Esto que sucede en el interior de cada familia desterrada a lo inhóspito de la pobreza extrema, nos obliga de nuevo a pensar que hicimos con las bondades de la democracia, por qué no pudimos con la impudicia del capital concentrado; con esa persistente vacuidad de conceptos que la dirigencia suelta, en la comodidad de sus cómodas vidas. Pensar, y volver a hacerlo, hasta encontrar el el modo de contrastar tanto sufrimiento colectivo, aún con las breves conquistas de alguna bonanza.

“Pronto venceremos, pronto venceremos. Juntos lucharemos hasta el final. Quiero que mi país sea feliz, con amor y libertad”, la canción que dicen María Elena Walsh solo tradujo, sin ser la autora, rebotaba en aquella hora inaugural de la vida, luego de su cancelación años atrás…Hoy nuestro país sabe que no hemos vencido; pero quizás, esta resiliencia pertinaz nos siga dando chances, buscando los intersticios por donde volver a disputar los términos de un proceso integrador, fragua de inclusión, desoyendo los mandatos de quienes hacen depender sus negocios de nuestros sufrimientos.

Mientras el drama social se desarrolla ante ojos que no quieren ver, el cronista se aferra a la conciencia política para nadar hacia tierra firme, cuando el agua se empeña, furiosa, en devolvernos mar adentro.

 

 

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *