El final para tantos, el principio de todo

“¿Qué tenés que hacer, estás ocupado?”, me preguntó mi amigo, camarógrafo de Crónica TV, parado en la puerta de mi casa; el auto de Gabriel Zamboni (hoy en los SRT) estaba encendido en la calle, como buscando mi veloz definición. Claro, no había tiempo. Había que volar hacia la ciudad que había comenzado a volar. Yo estaba tan ocupado como podía estarlo alguien que acaba de ser despedido de un laburo incómodo… Me subí al auto, sin imaginar que comenzaba para mí el ejercicio de un oficio que no dejaría nunca más: explotaba Río Tercero aquel 3 de noviembre de 1995. Con el “pela” tuvimos un par de aciertos, menos por competencias (yo carecía por completo de ellas) que por azar: nos encontró en una calle deshabitada el tipo más buscado en esa hora (ni recuerdo por qué), el Jefe de Policía de Córdoba; caminaba solo, se paró y habló. Digo “nos encontró”, porque con Gabriel estábamos en una pausa; la del pescador, hasta que la línea se moviera de nuevo, a ver que sacábamos que sirviera como material periodístico.

Evoca Gabriel: “En ese momento no considerábamos el riesgo que significaba meternos en ese lugar, porque el incendio seguía provocando explosiones y caían esquirlas por todos lados. Encima, al lado de la Fábrica Militar estaba la planta química de Atanor y, varios días después, nos enteramos que habían caído esquirlas arriba de los tanques de químicos y que so podría haber producido una nube tóxica que nos habría matado a todos los que estábamos ahí. Parecía una situación de guerra. Y cuenta mi compañero de esa misión enloquecida, que lo que más le llamó la atención fue el éxodo, personas caminando como zombis a ambos lados de la ruta por donde nosotros ingresábamos a esa pesadilla; intentaban ponerse a salvo, pero sin decir una sola palabra.

Apenas un rato después, mis compañeros, los periodistas profesionales, no improvisados como el autor, escucharían del presidente Menem, sin aportar ninguna prueba: “Ustedes tiene la obligación de informar que fue un accidente”… Con el tiempo, la historia dirá todo lo contrario.

En esa ciudad sembrada de muerte, se detuvo la incertidumbre de mi propia vida. Ese leer tanto sin encontrar cauce a una pasión tempestuosa y desordenada. Desde entonces, me abracé a la palabra y el relato con el fervor del que sabe que su cometido es estéril, pero inagotable, adictivo y habitado casi siempre por una frustración que cobra vigor con cada cosa que debemos callar, por falta de pruebas….

A 26 años del criminal atentado contra el pueblo de Río Tercero, mi reconocimiento a los y las periodistas que cubrieron la voladura de la Fábrica Militar. Y el respeto reverencial a las víctimas fatales y las familias, cuyas vidas cambiaron para siempre luego de aquellas jornadas imborrables en la memoria colectiva.

 

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