El Proceso bajo proceso, la pesadilla del culpable

Por mucho que se intente desacreditar al entonces presidente, aún con la firma del claudicante dispositivo de olvido (leyes de Punto Final y Obediencia debida) – mal paso, apurado por un elenco militar aún armado hasta los dientes y afilando el contragolpe -, llevó adelante un proceso ejemplar a tan poco tiempo de la derrota procesista. Los fusiles aún humeaban, la sangre todavía no se secaba en las mazmorras.

El país inflamado de anhelos libertarios respiraba esas primeras bocanadas, aliviado del final de la carnicería que comenzara a comienzos de los años 70, aún antes de la dictadura cívico-militar. En medio de las urgencias y un programa incierto aquel gobierno radical comenzó a ventilar en juicio las atrocidades de los cruzados del capitalismo. Ninguna nación hizo lo que nosotros hicimos: juzgar a los criminales con la ley en la mano, las dictaduras latinoamericanas pasaron de largo por el escrutinio de las democracias posteriores. Nadie pagó por los crímenes, nadie lo hizo por la desventura económica que nos propinaron por los tiempos venideros. Y ahí se inscribe la impronta de Raúl Alfonsín, un político cuyo ascenso a la Rosada se celebró también en sectores obreros cansados de la derecha peronista, su dispositivo gremial más ocupado en amparar sus propias ambiciones, un candidato inerte – firmante del piedra libre que significó la “aniquilación de la subversión”-. Volteretas del destino, el constitucionalista Italo Lúder, de él hablo, apretó el timbre para ese recreo orgiástico al que se consagró tanto asesino desde entonces y hasta el ocaso de la barbarie. Primero bajo el gobierno constitucional de Ma. Estela Martínez, después, en la dictadura.

Por mucho que se intente desacreditar al entonces presidente, aún con la firma del claudicante dispositivo de olvido (leyes de Punto Final y Obediencia debida) – mal paso, apurado por un elenco militar aún armado hasta los dientes y afilando el contragolpe -, llevó adelante un proceso ejemplar a tan poco tiempo de la derrota procesista. Los fusiles aún humeaban, la sangre todavía no se secaba en las mazmorras. Ahí, en esas horas apremiantes, habían intentado acabar con su vida utilizando una bala de mortero calibre 120 mm adosada a dos kilos y medio de TNT, en un recorrido por la guarida de Luciano Menendéz, el Comando del Tercer Cuerpo de Camino a Calera.

En ese tiempo del que nos separan 35 años, comienza esa persecución penal ejemplar que tendrá más tarde, con la decisión política de la administración kirchnerista, una continuidad celebrada por la República, la verdadera, la que se nutre de episodios reparadores para las mayorías.

Alguna vez el cronista escuchó en uno de esos debates con todas las garantías que, naturalmente, en la parrilla de la tortura nadie tuvo: “¿Saben por qué el Tte “Perdomo” (ficción) estaba perfectamente identificado con su nombre en el uniforme en aquella cárcel?…porque sabía que no iba a violentar los derechos de nadie, de ningún preso” El mismo Claudio Oroz decía en aquel alegato, “en cambio ustedes (dos feroces carceleros ) sabían desde el primer momento que no harían nada con arreglo a las leyes, iban a pisotear una y otra vez los derechos de aquellos detenidos, por eso no había nada que los identificara, por miedo al futuro”…Admito que la recreación no es textual, pero no importa, ese futuro llegó y todavía es un felíz momento de nuestra desmayada democracia.

La Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad señala en sus informes que al 15 de septiembre de 2020, 997 personas fueron condenadas y 162 absueltas en 246 procesos penales públicos. No hubo venganza, hay justicia, no hubo condenados sin que las pruebas los situaran en los lugares de los hechos, respaldados por testimonios o documentos. Se cayó una y otra vez la letanía de que “eran juicios con final cantado”, propalado por una población cautiva de esa narrativa reaccionaria que ahora mudó a formas algo más “civilizadas”.

Aquel aplauso con que la sala cerró la lectura del primer fallo condenatorio, aún resuena en los oídos de un pueblo trémulo por imperio de tanta injusticia que no logra reparación. En los juicios de Nuremberg juzgaron y condenaron los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, ¿alguien puede sostener que la sociedad argentina con la desaparición de 30 mil personas, una deuda externa ya monstruosa (u$s 45 mil millones) y su aparato productivo en jirones haya subido al podio de los vencedores?…Devastados como estamos, aún seguimos haciendo justicia con los autores de aquel holocausto.

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