Pandemia argenta: la vida que se escurre, las urgencias ardiendo…

En esta hora desgraciada, la solidaridad exige no solo ayudar a quien ha caído, sino desmontar discursos envenenados, asociando cualquier desición politica que intente preservar la salud colectiva con el garrote que aplasta las libertades. Alguna vez los hombres y mujeres que habitan esta tierra tendrán que asumir el compromiso de luchar por ideas que no signifiquen desdicha para el otro. Unos quieren seguir haciendo negocios cuando la vida cesa cuando el virus lo decide.

Hay momentos donde los desafíos colectivos se vuelven tan graves, que las sociedades se repliegan en sus instintos más elementales y sobreviven, acogiendo al mismo tiempo en su pecho trémulo miedo y esperanza. Es el tiempo de la cancelación del diálogo, es el tiempo de la guerra. Le pasó al mundo demasiadas veces como para ignorarlo. La muerte es lo sustantivo en ese escenario apocalíptico.

Pero hay otra respuesta posible, otra salida a tan brutal encrucijada…también la conocen los países sobre los que la naturaleza o la economía desatara su furia en un momento dado de la historia. Allí, en ese tiempo deshabitado, la solidaridad impuso su verbo y la tragedia se disolvió en el conjunto; siguió lastimando con secuelas y pérdidas, pero cuando se levantan muchos brazos para parar el golpe, la fatiga, el desconcierto y el dolor se trabajan en esa trama de alivio.

El cronista ataca de frente la idea de solidaridad que solo pretende cegar a las víctimas para dejar de buscar al responsable, cuando se trata de daño causado por la acción política.Eso se parece demasiado a la fe pregonada por la iglesia de la anomia; a un acto que espera por soluciones místicas, cuando de lo que se trata es gestionar el problema buscando justamente una respuesta política, accionando grupalmente, exigiendo como ciudadanos libres.

La solidaridad de la que habla esta columna deviene de la lectura adecuada de las circunstancias, sin la toxicidad que inoculan los medios masivos, los que buscan abatir resistencias para dejarnos a merced de los mercados, inderogablemente voraces. En esta hora desgraciada, la solidaridad exige no solo ayudar a quien ha caído, sino desmontar discursos envenenados, asociando cualquier decisión política que intente preservar la salud colectiva con el garrote que aplasta la libertad. Alguna vez los hombres y mujeres que habitan esta tierra tendrán que asumir el compromiso de luchar por ideas que no signifiquen desdicha para el otro. Unos quieren seguir haciendo negocios cuando la vida sigue a merced del virus. Cerrar un par de horas antes la caja de cualquier comercio es infinitamente menos grave que ver morir a familiares y amigos (de tan obvio, es insultante. «Afecta la facturación», se indignan aún quienes no han comprendido que la tragedia cayó sobre el mundo como si del Armagedón se tratara.

Es hora de buscar consensos donde volverá la disputa al acabar la pandemia; como debe ser, la vida democrática es querella constante, solo así se dirimen las tensiones por la conducción política de los negocios públicos. Pero ahora es tiempo de frenar esos impulsos y dotar a cada acto administrativo de la necesaria reflexión en clave de humanidad. La vida que se escurre a diario informa una tragedia que no hace sino escalar: en una sola jornada perdieron la vida 560 argentinos; en lo que va de la peste murieron 63 mil; hay 26 mil nuevos casos. Y nos alcanza esta calamidad con un economía desfalleciente, al límite de sus posibilidades, con pérdida de empleo, una deuda que confisca las expectativas, ministerios degradados como el de Salud o Ciencia y Técnica; hasta diciembre del 2019, apenas Secretarías.

Hay que tener templanza o la sangre fría del asesino, para considerar las medidas sanitarias como parte del problema y no de la solución; también tomadas en regiones del planeta sin las urgencias argentas que se reciclan enloquecidas cada decena de años.

En este marco de desesperanza, un nuevo día del trabajador se abre ante nosotros; pero antes, abramos bien los ojos, las cifras oficiales del desempleo abrazan: 11 por ciento al cerrar 2020, 2 millones cien mil argentinos. Desde el 2004 no se verificaba daño laboral semejante.
En este penoso presente se impone como nunca antes la necesidad de organizar las fuerzas laborales detrás del propósito de salir hacia adelante. Aún cuando se escucha a tantos vociferar para desarticular a los trabajadores; provocar que rindan sus pretensiones.

Un texto del fondo de la historia universal me ofrece el epílogo, en la hora donde se empujan con ahínco  proyectos de derecha política; y con ella, la supresión de conquistas que consideran prebendas.
«Si no soy útil para quienes, más allá de su filiación política, se aferran a un sueño ingenuo de volver atrás en el tiempo, a los días en que los trabajadores desorganizados eran una masa amontonada, casi sin esperanzas (…) Solo un puñado de reaccionarios recalcitrantes alberga el horrible pensamiento de quebrar a los sindicatos. Solo un tonto intentaría privar a los trabajadores y trabajadoras de su derecho de unirse en sindicatos de su elección (…) Si un partido político intentara abolir la seguridad social, el seguro de desempleo, y eliminar las leyes laborales, los programas agrícolas, no volveríamos a escuchar de ese partido nunca más en nuestra historia política. Existe, desde luego, un pequeño grupo disidente que cree que puede hacer estas cosas. Entre ellos hay unos pocos millonarios de Texas y un político o empresario ocasional de otras áreas. Son un número insignificante y son estúpidos»… Ike Eisenhower. En boca del último presidente conservador de los EE UU, antes de Trump, se escuchó este discurso luminoso, un lejano Día de los Trabajadores de 1952. Si les suena conocido, no será por el autor ni aquella ocasión; sino porque, de tanta semejanza, parece dictado por nuestro acontecer…Intentonas de suprimir derechos; partidos políticos interpretes de los mercados financieros y la usura; unos cuantos millonarios, por acá, en nuestro exhausto país, que ya gestionaron y no se rinden. Pero no son pocos ni son estúpidos los que nos pueden atravesar con sus prácticas reaccionarias si nos olvidamos de nuestro pasado y seguimos asediando este presente con reyertas sin carnadura, con litigios magros, o con el gesto caprichoso de quien cree que el peligro desaparece con solo cerrar los ojos. Aún pueden lograrlo; esa otra peste nunca cesa en sus propósitos.

 

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