Policía en caída libre

La policía es una institución vertical que no puede seguir armando el brazo de los negocios porque al poder político le conviene tener al pueblo con la rienda corta; el palo para aplacar la disidencia sigue en manos de una fuerza alimentada con los hijos del mismo pueblo al que se somete con decisiones injustas.

Nadie con un mínimo de empatía con sus semejantes puede desconocer la violencia que significa para las víctimas un hecho delictivo. Cualquiera sea, un simple arrebato o un ataque armado. Repaso una anécdota, el Marqués de Beccaría, autor de  “De los delitos y la penas”, en conocimiento de que le habían robado aprovechando que lo ocupaba una conferencia, donde se manifestaba empático con los ladrones y sus motivos, bramó, ¡“qué lo ahorquen”! …

El de la inseguridad es un tema poliédrico, que soporta interpretaciones desde soportes ideológicos bien construidos, como la opinión descarnada de los muchos que apenas sobrevuelan los temas . Porque esencialmente es conflicto en desarrollo. Territorio en disputa permanente.

En Córdoba van por lo menos veinte años de un modelo de seguridad que se obstina en sofocar las pretensiones de los contestatarios, de quienes caminan cuesta arriba de los mandatos culturales o políticos, tutelando en consecuencia los intereses de los dueños de casi todo. Se castiga a las víctimas de un sistema económico que ninguna coalición discute hoy, por cruel que sean sus prácticas expoliatorias, ni aunque se cuenten por millones los que quedan a la vera del camino en un enloquecido viaje hacia el futuro. Sí, el capitalismo, de eso hablo. La policía es una institución vertical que no puede seguir armando el brazo de los negocios, porque al poder político le conviene tener al pueblo con la rienda corta, el palo para aplacar la disidencia sigue en manos de una fuerza alimentada con los hijos del mismo pueblo al que se somete con decisiones injustas. La nueva jefa de policía cordobesa lo acaba de admitir – con audacia y coraje, el cronista admite, porque la escutarán como a nigún varón antes que ella -, la fuerza debe dejar atrás el ingreso como propósito laboral, la pistola en lugar de una pala, una verdulería o un escritorio polvoriento de la burocracia. Esa es la idea oficial que lleva a extender a tres años la formación policial en lugar de los 18 meses actuales. Quedará saber si alguien les explicará el mapa histórico del recorrido represivo que hizo la policía y a qué actores de la sociedad protegieron, apelando a las más brutales prácticas. Tedioso sería repasar las instancias donde el poder uso la fuerza policial para aplastar controversias, antes que eso, prefiero traer desde el fondo de los tiempos un episodio que grita su vigencia. No eran policías sino militares, se los usó como tantas veces antes y después para tan abyecto propósito, cual es la represión a trabajadores en lucha para beneficio de una minoría. El partido militar que nace con el primer levantamiento castrense contra el gobierno civil, en la época de Alvear cuando Director Supremo, recién hará sentir su vigorosa complicidad con la oligarquía en el 30; pero antes, sus hombres ya tomaban por asalto los derechos de los nadie. Esa impronta castrense es la que impregna al día de hoy la misión de quienes visten de azul. El lector podrá trazar la analogía con los datos de su propia memoria sin mayor dificultad.

Sur del país, lejos de ojos revisores, años 20 del siglo XX, la oligarquía y sus privilegios, los peones y su orfandad, quince horas de trabajo, arreos a casi 20 grados bajo cero, paga miserable.  Se dará allí, en una breve tregua sacudida por la deslealtad y la miseria patronal, el primer Estatuto del Peón, que quedará sepultado cuando todo acabe, y la pólvora de los fusilamientos se haya disipado…

Los hechos son conocidos gracias al coraje de Osvaldo Bayer, Irigoyen envía al Coronel Zavala para disuadir a las partes en disputa. Se consigue por poco tiempo, transcurrido el cual vuelve el militar para acabar con la revuelta de los desharrapados trabajadores rurales. Uno a uno caen los hijos de nadie, decenas, cientos, un millar de asesinados por balas estatales, la cifra varía según la fuente, lo que importa es el legado sangriento como ejemplo disuasorio. En hechos como estos se explican las hondas tragedias criollas, indias, negras. En la represión repetida a manos de gobiernos electos es que se explica gran parte del fracaso para revertir lo que nos sigue enlutando, eso de disparar sobre inocentes, o sobre los “sobrantes” de la sociedad, o quienes no respaldan étnicamente la línea inmigratoria. Mantener la asimetría social no puede ser misión de aquellos a quienes se arma en defensa de los desarmados.

Más acá en la línea de tiempo de la represión como instrumento político, aparece el trabajo del sociólogo Loïc Wacquant y las tres estrategias del Estado neoliberal para tratar al marginal y al pobre. Socializar el desempleo mediante el asistencialismo ayuda a reducir la visibilidad de la desigualdad, es la primera estrategia. La segunda, medicalizar a los pobres; es decir, considerar a las poblaciones vulneradas como enfermos a tratar. La última es la que hoy nos convoca, combatir la pobreza por vía de la penalización. ¿Les suena conocido?…Es el Estado penitenciario que se vuelve cada vez más gravitante a la hora de disciplinar a las víctimas de las transformaciones estructurales producidas por los ejecutores del Consenso de Washington. Menem, De la Rúa, Macri, sí, ellos, pero los casos siguieron bajo gobiernos del consenso progresista. ¿Qué otra cosa fue el desalojo de Guernica, a pura topadora y fusiles automáticos contra lonas, chapas y madera? (recomiendo el artículo “Salir de la pesadilla” de J. P. Feinmann). Hasta la muerte de Rolando Nuñez, líder de la Fundación de Estudios Sociales Nelson Mandela de Chaco, los casos de abusos policiales en la provincia de Capitanich se amontonaban. Lo mismo sucede en tierras de Insfrán, Manzur, Alicia Kirchner, gente rica, de buen discurso…e implacable.

Ayer nomás, trabajadores de uno de los clubes más ambiciosos de Córdoba protestaron porque les adeudan salarios de varios meses. La respuesta de Schiaretti no fue con dinero sino con gas, palos y detenidos. Es un desvío de la democracia una policía que siga apaleando a los apaleados, mientras la élite se sacude las obligaciones y disfruta de los privilegios. Es tiempo de ver nacer un paradigma nuevo en materia de política pública de seguridad, para no seguir lamentando el gatillo fácil, la detención arbitraria, la muerte de los que sobran en un país ya mortalmente herido por la desigualdad

4 comentarios

  1. Uno de los escritores/periodistas más lúcidos y afilados de Córdoba. Simplemente agrego a la crónica la media docena de muertos a manos policiales que registra el gobierno de Gerardo Zamora en Santiago del Estero en lo que va de cuarentena y su especial “toque de queda”.

    Impecable el artículo

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