Policías amotinados, la cultura derrotada

¿Qué impide que una persona acabe con la vida de un semejante? ¿Qué obstáculos deberá sortear aquel que quiera apropiarse de lo que no le pertenece, que desea, pero que definitivamente no le pertenece?
¡La ley! Se apurarían casi todos en responder. Y para pesadumbre de este escriba, todos se equivocarían. Esa genuina valoración institucional ha sido la gran defección del sistema que hoy interpelamos con iracundia. La ley, lectores, sépanlo de una vez, no impide absolutamente ninguna acción criminal. Con el disparo, sale la bala y no hay ley que detenga sus efectos…

“Hermosa tierra, quiero ayudarte a sanar tu vientre
colmado de seres que te abruman desde hoy y siempre…” A. De M.

Sobreviven a la caìda de las incontables dictaduras que se sucedieron en la historia argentina contemporánea, un corpus de 1600 leyes que regulan la vida de ésta nación, al igual que lo hacen las de origen republicano. “Leyes” que nadie debatió. Nadie consensuó. Que nadie puso bajo escrutinio civil alguno. “Leyes” de tiempos donde la violencia impuso su categoría barriendo con las controversias germinales, rebeldes o con pretensiones gravemente democráticas. “Leyes” de dictaduras; “leyes” sin legislador, sin pueblo. Los expertos hablan de “continuidad jurídica”… de acuerdo, quien soy yo – simple hombre de palabras – para desacatar esa sentencia. Ahora, lanzo la retórica despojada de volteretas semánticas: ¿debe el ciudadano respetar una ley que impuso un gobierno ilegal – pisoteada que fue la Constitución Nacional en cada golpe- e ilegítimo, en tanto se cargó a punta de fusil la administración de la cosa pública. En una líneas atrás admitía, con fuentes que obstruyen mi subjetividad, que sí, que el ciudadano debe respetar aún las normas que no respetaron su identidad ni su autonomía como sujeto político. Contrastes en el Derecho original de un país donde la ley no cotiza, ni enamora; donde tampoco – digo de paso – corrige las asimetrías estructurales de la economía.
La ley…esa construcción social que aún se debate en soledad para imponer la concordia entre hombres y mujeres obstinados en destruir la matriz de la cultura: la propia humanidad.

Humanidad. Ley. Cultura. Un proceso que entiendo lineal en tanto son sustancia y atributos que se someten y auxilian mutuamente (pero podría no ser así). Ante tanto gesto de desprecio por la armonía social, propongo algunos interrogantes como quién se descubre mirando el amanecer.
¿Qué impide que una persona acabe con la vida de un semejante? ¿Qué obstáculos deberá sortear aquel que quiera apropiarse de lo que no le pertenece, que desea, pero que definitivamente no le pertenece?
¡La ley! Se apurarían casi todos en responder. Y para pesadumbre de este escriba, todos se equivocarían. Esa genuina valoración institucional ha sido la gran defección del sistema que hoy interpelamos con iracundia. La ley, lectores, sèpanlo de una vez, no impide absolutamente ninguna acción criminal. Con el disparo, sale la bala y no hay ley que detenga sus efectos. Lo mismo sucederá cuando el ladrón irrumpa en cualquier propiedad: robará sin que la ley acuda en ayuda de la víctima. Porque la letra del legislador no podría hacer otra cosa, la ley no desactiva la conducta criminal; lo que hace es reprimir al que transgrede sus alcances; lo que hará, en el mejor de los casos, será reparar en parte el daño causado. Pero, de nuevo, no impide la conducta criminal. Al calor de tanto estrago ocurrido en el tejido social de esta nación, me siento autorizado a plantear que lo que impide a las personas atacarse como bestias hambrientas, sin ser ninguna de las dos cosas, es la Cultura. La cultura como ese compendio de acciones que crece desde el pié, como “orinada crece la pared” dirá el poeta (A. Zitarrosa). Lo aprendido en ese ámbito familiar, hoy en descomposición por factores múltiples que van desde la frustración, el agobio de jornadas laborales disrruptoras de costumbres de mejor arraigo entre los pueblos latinos, y tantas otras causas que exceden esta columna pero que, en definitiva, tiene que ver con el saqueo ingobernable a que nos somete el capitalismo.

La cultura inhibe, opera como dispositivo de freno para no cometer delitos. En tanto no seamos capaces de revolver ese paradigma y trabajar con humildad, esmero y compromiso social, nada detendrá a quienes hoy, por un lado, no tienen sistema al que sujetarse porque ningún sistema los tiene en cuenta: los marginados, los lùmpenes, los malpagados, los “negreados”, los “esquineros”, los pibes malheridos por el paco. Por el otro, los clase media sin otro modelo que el que devuelve una red de comunicación – contaminación – virtual prodigiosa pero igual de funcional que la vieja televisión al vil esquema consumo – existencia – reconocimiento. Y en la cima, como responsable máximo de ese desvelo por quebrantar los códigos: el Poder, cuyo cinismo siempre se examina tibiamente. Mientras más poderosos mas impunes. No creerse impunes. Saberse impunes. Leyes a medida, jueces amigos, protección de la que jamás gozaran los compatriotas de a pié…Decía Manuel Belgrano que un pueblo culto nunca podrá ser esclavizado. ¿Qué otra cosa son aquellos que no reparan en la vida ajena, en el dolor de los otros?…esclavos de sus pulsiones, de esa tremenda incapacidad para situarse en el lugar del otro y, así, anticiparse a su sufrimiento.

“Dicen que mis paisajes de calma son la esperanza por venir.
Yo grito !falso! Calma no existe mientras sea la ley destruir…” A. De M.

“Cultura son conjuntos de mecanismos de control que rigen el comportamiento. Son programas absorbidos por las personas mediante el proceso de hacer suyo e incorporar una tradición cultural. La función de la cultura es dotar de sentido al mundo y hacerlo comprensible” el que habla es Cliford Geertz; un mundo para tantos sin sentido, vuelve vacía la idea de comprenderlo. “La autoridad de padres y de la escuela lleva su influencia mucho más allá de aquellos bienes culturales de carácter (aparentemente) formal, pues conforma a la juventud y de esa manera a los hombres” sigue diciendo el antropólogo estadounidense.
Es ahí, entonces, donde la cultura y además la educación, adaptada a las actuales exigencias replanteando sus paradigmas, deben operar los cambios. Llenando los huecos de la desilusión y la opacidad. La escuela de la era industrial agotó hace demasiado tiempo sus recursos; el desafío de los tiempos venideros es por la preservación de la vida humana misma; en tanto salgamos a matarnos o robarnos en cada propicia oportunidad, no habremos hecho más que ceder nuestra condición irrenunciable de seres dotados de compasión y de raciocinio.
En la conclusión, y para no escapar al entrevero ideológico, cedo la palabra: “No ha sido el triunfo de la Razón el factor de la deshumanización del hombre o de los hombres, sino la descomposición del capitalismo en cuyo incendio muere también el mito racionalista envuelto en la mortaja de su propio estatismo” Jorge Abelardo Ramos.

“Si se me asfalta la hierba,
los prados serán la niebla
que estallará mañana.
Y el hombre que hoy me pisa,
creyéndose poderoso,
sabrá que sólo es algo mas…” Alejandro De Michelis – “Pròrroga de la tierra”

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