Sin piedad

“Soy parte de un negocio que nadie puso y que todos usan. Es la ruleta rusa y yo soy la bala que te tocó (…) soy un montón de mierda brotando de las alcantarillas. Soy una pesadilla de la que no vas a despertar”… la letra de Violencia  cristaliza la catástrofe social presente.

Sentado ahí en el banco de los acusados parece mirar a sus juzgadores; sin embargo, su mirada no está donde sospechamos, sino muy atrás en el tiempo.

La herida no para de sangrar.

Los años de una vida hecha pedazos desde que llegó a este mundo pendenciero que lo asfixia desde siempre. Tiene solo 21 años y está esperando una condena que seguramente dará con sus huesos en la cárcel por muchos años.

La suya es una cara de nene, no del que cometió una travesura, sino del que cometió un crimen horrendo en el otoño de 2017. Había matado con saña al músico Finlay Fergusson (60).

“Pobre chico, qué vida de mierda que tuvo”, dice una mujer policía cuya tarea es resguardar la seguridad en la sala de debates. Y es cierto. Apenas comienza la segunda audiencia una pericia oficial informa lo que todos sabemos ya, la de Alan Torres es una vida de pesadilla: solo en el mundo desde siempre, abandonado por su padre cuando nació, casi olvidado por su madre hasta el presente, es uno de diez hermanos hundidos en el mismo abismo que él, violado por uno de ellos en repetidas ocasiones. Sin figura paterna ni tutor, el que ahora enfrenta la oscuridad o un nuevo capítulo del drama que lo abraza, es un muchacho muy inteligente, dice su examen psíquico. Pero inteligencia sin más oportunidades que abrir los ojos cada día no auspiciaría para él otra cosa que derrotas.

“Mi vida es un infierno, mi padre es chorro mi madre es puta (…) yo soy el error de la sociedad, soy el plan perfecto que ha salido mal. Vengo del basurero que este sistema dejó a un costado…”

Esta tragedia adquiere la redondez perfecta, su mejor expresión, por la muerte brutal de un artista muy celebrado, sí; y también por el perfil de quien cargará seguramente con la responsabilidad, a tenor de la apreciable carga probatoria en su contra. Pero aún hay más, tiene una faceta irónica, dolorosa, una paradoja política inesperada. Intervienen desde la querella, el acusador privado que interactúa con el fiscal para probar los hechos y la culpabilidad de Alan Torres, tres militantes de la causa irrevocable de los derechos humanos.

Están para hacer lo que puedan, abrigados por su decencia profesional y su convencimiento razonados, los abogados Claudio Oroz y Martín Fresneda y para dotarlos de información técnica sobre el acusado, la psicóloga Liliana Montero. Si todo sale bien para la familia de la víctima, los tres habrán coadyuvado a que otro residuo de una sociedad inhumana hasta lo indecible se pudra en la cárcel. Y no habrá sido la culpa de los citados, quienes se debaten desde siempre contra los arrebatos opresivos y represivos de los dueños del Poder. Lo que pretendo poner bajo escrutinio es la robustez de otra dimensión de la pobreza, la de la judicialización de sus hijos. Aquellos que matan, roban, se cargan a quien les obstruya su carrera hacia posiciones de reconocimiento simbólico en el inframundo delictivo. Son culpables y lo pagan. Las cárceles los esperan, a contrapelo de lo que sucede con los ladrones de buena vida y mejores patrimonios.

“Soy parte de un negocio que nadie puso y que todos usan. Es la ruleta rusa y yo soy la bala que te tocó (…) soy un montón de mierda brotando de las alcantarillas. Soy una pesadilla de la que no vas a despertar”… la letra de Violencia  cristaliza la catástrofe social presente. Tabaré Cardozo es el dueño de esa poética al rojo vivo que se nos clava en la garganta.

La causa de los derechos humanos pierde aquí densidad, muy poco estamos pudiendo hacer a favor de quienes llegaron al mundo después de crisis insondables como las del 2001, o la que alumbrará en apenas un par de años, cuando la tragedia macrista         que hoy se derrama por el suelo de la nación haya quedado humeando su veneno tóxico.

El Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena informaba ya a finales del 2017 de una situación que, al considerar las esquirlas esparcidas, hablaba de un artefacto social que había estallado en mil pedazos. Veamos.

De los 85 mil 200 presos, los desocupados eran el 42 por ciento. Y los trabajadores de tiempo parcial el 41 por ciento. Asimismo, decía que el 16 por ciento de los condenados tenía entre 21 y 24 años. El 39 por ciento entre 25 y 34 años, en tanto que quienes se ubicaban en la franja estaría  entre 34 a 44 años explicaban el 24 por ciento de la estadística.

A la media anual del 3 por ciento de aumento en la tasa de encarcelamiento, el año examinado (2017) produjo un salto del 11 por ciento en relación al año anterior.

Pobreza estructural irrevocable, la derrota más amarga de una democracia que se sigue lamiendo las heridas.

Por unos instantes nos refugiemos en la Carta de los DDHH Universal…y sopesemos sus postulados.

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”…

Art. 16

    3- La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección del Estado (…)

Art. 24

  1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar (…)
  2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales.

Igualdad. Dignidad. Derechos. Familia. Infancia. Bienestar.

Alan le quitó (presumiblemente, el juicio aún continúa) la vida a Finlay. La vida se encarnizó con Alan. Uno perdió su futuro antes, el otro perdió su vida después.

“yo no sé quién soy, yo no sé quién sos, el tren del rebaño se descarriló…”

Los dos asesinos detestaban a sus familias; pero, durante el juicio a que fueron sometidos, Dick Hickock se ufanó en proteger a la suya. Perry Smith le dirá a Truman Capote: “Irónicamente los Clutter nunca me hicieron daño alguno. Al revés de otras personas, que tan crueles han sido conmigo. Acaso los Clutter tuvieron que pagar por ellos, de una forma bárbara e injusta” A Sangre Fría, sobre el crimen de los Clutter, Holcomb-Kansas.

 

 

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