La representación democrática (hurtada al elector)

Más allá del estricto cumplimiento del calendario constitucional que impone volcar en la urna la expectativa cívica; la de “intervenir en los negocios públicos” por medio de“nuestros representantes”, por ejemplo;  o de impulsar por medio de ellos la aparición de alguna respuesta a los graves problemas que aquejan a la sociedad; o de controlar desde la banca opositora que el gobierno no haga lo que se le antoja cabalgando sobre el apoyo de la mayoría …

Trascendiendo esta perspectiva, digo, ¿por qué debería despertar en la sociedad alguna clase de esperanza que los representantes del pueblo – los diputados– se vayan a dignar alguna vez escuchar a los votantes y no a sus jefes políticos, en cuanto a lo que de ellos se espera?

Ese contacto cara a cara que es pacto en democracias añejas, dignificar la tarea política afrontando la interpelación más valiosa en democracia: la de los dueños del voto, los sufragantes, el pueblo. Solo hago mención a los diputados reconociendo en los senadores su representación de los Estados, no del pueblo aunque sean electos por voto directo.

Recordemos, los diputados tratan impuestos y envían eventualmente al pueblo a morir en guerra, así lo dispone la Constitución Nacional. Dígame alguno de ustedes, lectores, ¿saben de algún legislador que tenga por costumbre recibir a sus votantes y escucharlos decir lo que quieran; por ejemplo, lo mal que viven en esta hora amarga: o como vivieron antes,  en otros momentos menos dramáticos pero igual de desafiantes para el que labura sin red?

Sí, claro que estoy teniendo en cuenta que nadie se puede juntar con nadie…(demos por cierta esa falsedad, la aceptemos por un rato a los fines de la reflexión) Aún así, ¿tan difícil será abrir una oficina y bajo los más estrictos protocolos sanitarios recibir al elector?

¿Algún candidato está pensando en eso?, ¿por qué acudimos sin más el domingo en que somos llamados a votar, sin protestar porque los electos desaparecen del radar de la misma sociedad que los llevó a tan alta distinción una vez que se salieron con la suya, una vez que detentan el cargo de representante?

¿Es eso la democracia, eludir el contacto con el representado?

¿No será que eso es estrictamente lo contrario a la democracia, cerrarse ante el drama sin verlo, sin oírlo, sin sentir en la piel el dramatismo de quien no tiene horizontes más allá del sol de sus días?

Entiende el cronista que la democracia se revitaliza cuando el representado protesta desde su condición de mandante; esta idea se vuelve aún más asertiva cuando asumimos que la nuestra es una democracia largamente deudora. Nos tiene acostumbrada la dirigencia a la subordinación acrítica, solo cimentada en una militancia que para muchos es desconocida. Deberíamos exigir devolución sobre su tarea al candidato que hoy busca seducir; cada tanto tiempo, como síntesis práctica del contrato social.

“El meollo de la representación reside en el resultado verificable del quehacer del representante, es decir, lo fundamental aquí es el contenido de la acción; en ese sentido, la importancia de la representación sustantiva (dimensión donde se pretende poner el acento en este trabajo) no debiera residir en el hecho de que una persona sea electa periódicamente, sino en la evaluación de cómo actúa ésta para promover y gestionar los intereses de quienes representa”, se lee algo como esto en buen parte de la literatura política que aborda la cuestión de la representación. Y es que no es tan difícil encontrar evidencias de un romance roto hace mucho, que solo mantiene su formalidad por imperio constitucional.

En los años de crónica que lleva el autor, rarísima vez vio a algún legislador intentando laudar en enfrentamientos callejeros por la distribución del ingreso, por ejemplo; o en territorios de otra clase de luchas, las ambientales, sin hurgar mucho. En Córdoba era muy frecuente encontrar a Liliana Olivero, referente de la izquierda local, en donde se incendiaba el diálogo; respetada aún por quienes demuelen su discurso clasista, la dirigente no tuvo ni parece tener “socios” en esto de ofrecer el cuerpo como faro en la protesta.

En síntesis, de nuevo acudiremos a votar parlamentarios, y se sabe, es la difícil parada intermedia de las gestiones ejecutivas; gran oportunidad para dar un paso al frente y honrar nuestra condición de electores exigiendo a los diputados contacto directo, no mediado por asesores, redes sociales ni medios de prensa; parece poco, pero entiende el cronista que el careo, si muchas veces resulta clave para establecer verdades en los procesos judiciales, es definitivamente central en la representación democrática.

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